La relación entre Andrés Segovia (Linares, 1893 – Madrid, 1987) y Heitor Villa-Lobos (Río de Janeiro, 1887 – 1959) es una de las más fascinantes de la historia de la guitarra del siglo XX: el diálogo entre dos genios de continentes distintos que, sin proponérselo, elevaron el instrumento a una nueva dimensión universal.
Segovia, el guitarrista andaluz que transformó la guitarra en un instrumento de concierto, había conquistado ya Europa en los años veinte. Desde sus primeras giras por Barcelona, París y Berlín (1924–1928), su sonido refinado y su búsqueda de legitimidad académica despertaron admiración entre los compositores más destacados del momento. Villa-Lobos, por su parte, era el espíritu libre del Brasil moderno: un autodidacta apasionado por el folclore indígena y afrobrasileño, que mezclaba Bach con el canto de los pájaros amazónicos y los ritmos del choro y el samba.
Su primer encuentro se produjo en París, en 1923, cuando ambos coincidieron en los círculos musicales de la ciudad, entonces capital mundial de las vanguardias. Villa-Lobos había llegado desde Río con una beca del gobierno brasileño y con el deseo de mostrar al Viejo Continente la vitalidad de la música sudamericana. Segovia, por su parte, era ya una figura respetada en la vida cultural parisina y mantenía amistad con Manuel de Falla, Albert Roussel y Maurice Ravel.
Aquel encuentro fue cordial y fructífero. Segovia quedó impresionado por la energía creativa del brasileño, y Villa-Lobos descubrió en el maestro español al intérprete ideal para realizar su sueño: dar a la guitarra el rango sinfónico que hasta entonces no había tenido.
En 1929, desde Río de Janeiro, Villa-Lobos escribió sus célebres “Doce Estudios para guitarra”, dedicados a Segovia. Los concibió como una síntesis entre la técnica clásica y los acentos rítmicos del Brasil profundo. Cada estudio, con su mezcla de rigor y espontaneidad, evocaba tanto la disciplina de Bach (a quien Villa-Lobos veneraba) como los cantos populares de su tierra.
Segovia recibió las partituras en Europa y las consideró inmediatamente una revelación. “Estas obras —diría más tarde— le dan a la guitarra una voz orquestal sin perder su alma popular.” Sin embargo, su relación no estuvo exenta de fricciones. Segovia, meticuloso y perfeccionista, realizó correcciones en la digitación y la dinámica que Villa-Lobos no siempre aprobó. El brasileño, orgulloso de su instinto y su libertad compositiva, reprochaba al español cierta rigidez académica.
A pesar de esas diferencias, Segovia estrenó varios de los Estudios en París en 1930 y los incorporó a su repertorio durante décadas, contribuyendo decisivamente a su difusión mundial. Villa-Lobos, por su parte, completó poco después sus “Cinco Preludios para guitarra” (compuestos entre 1940 y 1945), también inspirados en el sonido y la técnica del maestro español.
Aunque nunca llegaron a ser amigos íntimos, se mantuvieron en contacto y se admiraron mutuamente hasta el final de sus vidas. En 1958, un año antes de morir, Villa-Lobos escribió a Segovia desde Río para agradecerle su constante difusión de su música. Y Segovia, ya anciano, reconocería en entrevistas que “Villa-Lobos fue quien dio a la guitarra moderna un nuevo idioma: el idioma del mundo nuevo”.
Así, en la cuerda que los unía —una cuerda tendida entre Andalucía y Brasil, entre la tradición europea y la inspiración tropical—, nació una de las colaboraciones más decisivas para el destino de la guitarra en el siglo XX.
Dos visiones distintas, un mismo amor por la música.
Europa y América dialogando a través de seis cuerdas. 🌍🎶

Comentarios