Perfil: Ronald Muzzangue, el “padre” de Iabás



Por Fernanda Barbosa

Para el café, una tarta de dulce de leche con frambuesa y nata. Para beber, una lata de coca cola. Trazos bien delineados de modelo, cuerpo de bailarín y, en los pies, las chanclas brasileñas Havaianas. A él le gusta hablar. Más que hablar, le gusta bailar.

La danza es su profesión, su pasión, su vida. Ni una pesada rutina puede quitarle energía. Porque la danza le recarga las baterías. Y las tradiciones brasileñas también…
Dibujante, estilista, modelo, bailarín, profesor de danza y trabajador del Ikea. Así es Ronald Muzzangue. Asequible como un amigo, complejo como todo buen artista.

Su pasión por la danza viene de lejos… cuando tenía 13 años, vio un espectáculo de Mikhail Baryshnikov en la TV Cultura, la televisión pública brasileña. Y fue amor a la primera vista. Se inscribió al día siguiente en una escuela de danza, a escondidas de su madre porque, “donde vivía, las personas pensaban que el hombre que danza no era hombre de verdad”. Sus profesores decían a su madre que él asistía a clases de capoeira o educación física. Pero no… el niño bailaba.

Ronald es baiano, de las cercanías de la capital Salvador. La Bahia de mezclas culturales y ritmos variados se hizo palco de algunas de sus conquistas, más también de frustraciones. “Un negro no puede bailar ballet clásico”, oyó de una profesora. Ella no sabía el bien que su prejuicioso rechazo provocaría en la vida de Ronald…

El adolescente empezó a estudiar la danza afro brasileña. Pesquisó, se formó y hoy es un experto en los bailes folclóricos que dictan la banda sonora de su vida aquí en Madrid.

Pero el camino desde Salvador hasta el Viejo Continente fue largo. El viaje empezó por Aracaju (Sergipe), donde partió para estudiar en una escuela de danza. Con 19 años, participó de un concurso de modelos para la revista brasileña y obtuvo el segundo lugar. Sus trazos encantaron tanto a los organizadores que una de las responsables le aconsejó: “Vete a Sao Paulo”.

Ronald no dudó y dejó el Noreste brasileño, rumbo al “ambiente frío y cerrado” del sureste. En la mente, ilusiones. En los bolsillos, no más que 30 euros (cerca de 90 reales). Hizo trabajos temporales como modelo y participó del Ballet de Arte Negra de la ciudad gris. Sin embargo, su estabilidad vino trabajando como actor del espectáculo Los Lusíadas en el renombrado teatro Ruth Escobar.

“Las armas y los barones señalados” de Luís Vaz de Camoes lanzaron Ronald al mar, en dirección a las playas lusitana, patria del escritor. El 6 de junio de 2002, a los 21 años, el bailarín pisaba por primera vez en el viejo continente, en la ciudad de Oporto. Trabajó en la obra hasta el 12 de junio, y al día siguiente partió para Madrid, para quedarse en la casa de una amiga. “Era el 13 de junio, día de mi llegada y día de San Antonio, mi santo de devoción”. Ronald se inscribió en la facultad de Artes Plásticas, en la especialidad de diseño de moda, y decidió quedarse por un tiempo.

La vida artística otra vez entró en su realidad sin pedir permiso. Asistía como mero espectador a un espectáculo en la Casa Pulga, Madrid. Pero quien nace con una estrella, no logra esconder su brillo. Al ser invitado para bailar, práctica común en la casa, Ronald encantó. La compañía que allá se presentaba le fichó y, al día siguiente, partía para Pamplona con los nuevos colegas.

Lejos de casa físicamente, la esencia de Ronald nunca se alejó de las tierras brasileñas. El contacto con su madre perdura hasta los días de hoy, poco más de dos años después de su muerte. “Nunca el espíritu de una madre, o de un padre, va a dejar a su hijo”, afirma. Y mucho menos un hijo como el bailarín. “Cada conquista de mi vida se la dedico a mi familia”. Y su espectáculo también. Iabás, las Señoras de las Aguas, Mujeres Guerreras es un “homenaje a todas las mujeres”, pero sobretodo a su madre. La obra refleja el “espíritu” del candomblé (religión afro brasileña) a través de técnicas de danza contemporánea desarrolladas por el autor.

Ronald, además de criador y bailarín del espectáculo, es responsable por los escenarios, ropas, entrega de panfletos y otras necesidades administrativas. Y logra hacerlo. Lo que no es ninguna sorpresa en la vida de alguien que convierte las 24 horas de un día en 36. Tras hacer un Máster en Dibujo Técnico, el año pasado, el artista también dibuja para unos amigos en Londres, además de impartir clases de danza y trabajar como cocinero en el Ikea. ¿Cómo? Ronald revela su secreto: “coloco a cada día dos espadas de los Orixás en el pecho y guerreo”.

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