
El 22 de enero de 1977 moría en un accidente automovilístico Maysa Matarazzo, una de las voces más intensas y melancólicas de la música brasileña. Tenía apenas 40 años. Dejó una herencia de canciones envueltas en un tono grave y aterciopelado, una figura marcada por la pasión, el alcohol y los amores imposibles, y una biografía tantas veces narrada por una prensa fascinada y desconcertada a la vez.
Maysa tuvo el destino de los boleros que cantó: fue el eco de los amores rotos. Su música acompañó las incertidumbres sentimentales de generaciones enteras y, por eso, jamás cayó en el olvido.
Treinta años después de su muerte, su voz sigue viva en esas canciones “de fossa” que forman parte del ADN emocional de Brasil. Su vida fue revisitada en la biografía Maysa – Só numa multidão de amores (Ed. Globo, 2007), de Lira Neto, fruto de una rigurosa investigación basada en diarios inéditos, cartas, manuscritos y decenas de entrevistas en Brasil, Argentina y Europa.
El libro de Lira no sólo reconstruye la vida de la artista: también revisa la evolución de la música popular brasileña y la influencia de Maysa en la bossa nova. Retrata un Brasil entre los años 50 y 70, cuando la televisión era una novedad y la bohemia coexistía con la censura de la dictadura militar.

Nacida en Río de Janeiro en 1936, hija de familia acomodada del Espírito Santo, Maysa Monjardim rompió todos los moldes. Tocaba guitarra cuando las niñas debían tocar piano, escribía poemas y, sobre todo, quería cantar. A los 18 años se casó con el industrial André Matarazzo, heredero de una de las familias más poderosas de São Paulo. Aquel matrimonio fue tan espectacular como efímero. Su primer disco, Convite para ouvir Maysa (1956), reveló una intérprete única: voz grave, elegante y dolorosamente honesta. Canciones como “Tarde Triste”, “Marcada” o “Meu Mundo Caiu” marcaron una época.
Divorciada y señalada por la alta sociedad, Maysa convirtió su herida en arte. Cantó su tristeza en los clubes nocturnos de São Paulo y Río, en los estudios de televisión y más tarde en escenarios de toda América Latina. Su público la adoraba en Argentina, Uruguay, México y Venezuela, aunque en Europa y Estados Unidos no alcanzó el mismo éxito.
Vivió en Madrid y Milán, amó, bebió, sufrió y volvió siempre a cantar. Fue precursora, musa y tormenta. Admirada por Tom Jobim, Vinicius de Moraes y Dolores Duran, enfrentada a veces con Elis Regina o Chico Buarque, su vida fue una sucesión de pasiones y renacimientos.
En sus últimos años se refugió en la playa de Maricá, lejos de los focos, intentando alcanzar una calma que la fama no le permitió. Su último espectáculo fue en São Paulo, en 1975. Murió al volante un año después, sobria, como si la vida le hubiese concedido un final sereno.
Maysa fue exagerada en todo: en el amor, en el dolor, en la belleza y en el arte. Su voz, esa mezcla de nostalgia y elegancia, sigue siendo una de las más auténticas de la Música Popular Brasileña.
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