Estatuas de barro, corazón de gente

Por Fernanda Barbosa

En una tarde madrileña de domingo, Valdir esculpe a Marisa en la Plaza Mayor. Cubre su cara con una masa marrón, dibuja sus cejas. Todo con mucho cuidado y cariño. Mientras su mano derecha trabaja con fuerza, la izquierda se concentra en los detalles.

Valdir O. Martinez Requena y Marisa Vendetta tienen 36 años. Él llegó a Madrid hace 4 años. Ella, hace dos. En un pasado no muy lejano, él era microempresario y ella hacía un taller de teatro. Hoy, los dos se ganan la vida como la pareja de barro.

Todo empezó en Granada, tierra de los padres de Valdir. “Se acabó mi dinero, los que pasa con muchos brasileños en España”, cuenta. Su intuición le llevó hasta Almería, donde la misma arena que marcaba sus huellas en la playa le inició en el arte de hacer esculturas.

Su cambio desde la arena hacia las estatuas humanas tiene un nombre: Joris. Éste belga que conoció en Almería le enseño como transformar un ser viviente en un objeto de barro. Valdir lo aprendió muy bien, y lo convirtió en su profesión.

Al trabajo

Para preparar la masa es necesario tierra, agua y nada más. Esa es la parte más fácil. Lo difícil es quedarse inmóvil, por “cuatro o cinco horas de concentración absoluta”. Ser estatua humana duele. Afecta las articulaciones, los muslos, la espalda. “Hay que estar preparado físicamente”, añade Valdir. La pareja de barro, que actualmente hace ejercicios de concentración y respiración para trabajar, piensa ya en inscribirse en clases de Yoga para mejorar su desempeño.

Por dentro de la cáscara seca de tierra y agua, hay dos personas de carne y hueso. Y que tienen hijos de carne y hueso que necesitan de libros para la escuela y ropas para vestirse. A pesar de no revelar cuanto gana diariamente, la pareja confiesa que el dinero “es suficiente para vivirse bien”. Y eso es esencial pues, con la cantidad de trabajo que tienen, “no hay tiempo para dedicarse a nada más”, dice Valdir.

Además de la retribución monetaria, la pareja gana reconocimiento en los festivales que participa al lado de su producción, “El barredero”, construido con un material que imita al bronce. Debajo del metal que luce y barre la acera de la calle Arenal -cuando un ciudadano contribuye con una moneda-, está el también brasileño Aureliano José, de 36 años. Él se coronó la estatua viviente de destaque en el Festival de Gran Vía y ganó el Festival de Durón, uno de los tres más importantes del mundo.

Interacción

Aureliano explica que los festivales, que exigen que el participante esté inmóvil, son muy distintos del trabajo en la calle: “aquí afuera las personas esperan su reacción después de darte una moneda”.

Sobre eso, no hay discusión. Bajo el sol de la Plaza Mayor, un chico arroja una moneda a la pareja de barro. Valdir se mueve y le da la mano. El chico mira desconfiado. Aproxima su mano del hombre de barro y la retira rápidamente en un susto. Luego vuelve a intentarlo. Cuando toca la tierra, sus ojos verdes brillan y timidez le sonroja. Inmediatamente se va, llevando una sonrisa de felicidad. Mañana, en la escuela, todos sus amigos sabrán que, como un aventurero corajoso, dio la mano a un hombre de barro.

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